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HABITA MI MENTE

HABITA MI MENTE by GALERÍA RAFAEL PICÓ
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¿qué es habitable?

Pensé en huir hacia delante.

Llevaba años construyendo casas, creando ciudades, y llegué a hacerlo verdaderamente bien. Los alcaldes estaban siempre contentos con mi trabajo, ya que, por ejemplo, nunca me olvidaba de los aparcamientos, o bien diseñaba las avenidas tan anchas que era imposible levantar barricadas; además procuraba que todos los habitantes, independientemente del barrio al que pertenecieran, pudieran ver al menos la salida o la puesta del sol dejando huecos entre las hileras de edificios más próximos. Ideaba espacios vacíos para todos, los que debían ser rellenados con niños, con árboles o con gente que compra. En algunos lugares dejaba grietas a posta para que los artistas se ilusionaran con el descubrimiento de una perspectiva nueva. Eso les encantaba a los alcaldes, que me acordara también de los artistas.

El día en que uno de ellos me dijo “todo lo que ves es terreno urbanizable”, me vino a la mente la imagen de un tren al que estábamos desmontando los vagones para echarlos a la caldera. Fue por esa época cuando empecé a soñar con grúas, las mismas que veía al despertarme. Siempre me tranquilizaba la idea de que algún día terminarían el trabajo. Al fin y al cabo, era la primera vez que la vida tenía un sentido claro: iba hacia delante; e iba muy rápido.

Pasaron los años y ese día no ha dejado de ser nunca una cosa que está por llegar.

En su lugar, los anclajes del suelo se han vuelto raíces y las formas puras de mi arquitectura se han curvado. Han aprendido a abrirse para hacernos llegar más luz y a replegarse para crear sombras más o menos caprichosas. Me felicitan aún más si cabe que antes, pero yo ya no reconozco mi estilo aquí. Es cierto que sigue habiendo huecos a rellenar con gente, luz para todos, grietas para fantasear con la posibilidad de algo nuevo, pero no he sido yo.

Me siento a pensar porque creo que tengo que hacer algo, exactamente igual que hacía antes; y también hoy, como antes, acabo agarrándome a una extraña fe en un futuro que no soy capaz de imaginar.

José Carlos Pérez

Ando durante horas y, cuando ya no puedo más, me echo a descansar: así son mis días desde que me levanté y empecé a caminar. No es una vida apasionante, pero es la mía.

No recuerdo muy bien lo de antes, pero no creo que fuera mucho mejor que esto. Seguramente me educaron para ser eficaz, y por eso nunca me he detenido en cuestiones que estuvieran poco claras. Así, he trabajado mucho y he dormido poco. He construido sin parar, hallando con frecuencia soluciones audaces que asombraron a todos. Mi obra está por todas partes, y hay al menos seis barrios en mi ciudad a los que puedo llamar míos sin levantar la mínima indignación.

Lo que pasó fue que un día, en una obra, me invadió un extraño cansancio. No pude llegar hasta el coche y me acurruqué en el suelo. Cuando desperté me di cuenta de que el edificio a mi espalda se había plegado para darme cobijo. Me protegió del frío -y seguramente de la lluvia- durante toda la noche. Estaba solo, así que nadie me vio llorar ni gritarle a todo que qué estaba pasando. “A lo mejor me he vuelto loco”, me dije, como si dándome esa explicación consiguiera entender algo. Pero no era así, porque aquello estaba ocurriendo: veía cómo todos los edificios y el suelo se curvaban a mi paso. Una pequeña grúa hacía cabriolas a mi alrededor hasta que la espanté. Las antenas subían hasta el cielo para pinchar las nubes, que se derramaban en colores hacia la ciudad.

Durante días pasaron por mi mente frases como coches de carreras, pero mis estrategias -las mismas que me habían hecho llegar a ser el que era- no paraban de fallar. Cuando por fin entendí que no iba a entender nada allí parado, me levanté y me puse a andar.

Nunca me había sentido tan libre como hasta ahora, donde lo único que tengo que hacer es andar y dejarme cuidar por el mundo. Nada de pensar, ni idear ni diseñar. Ningún problema que resolver, ninguna urgencia. Tan solo caminar y asombrarme de cómo a veces las cosas también saben qué tienen que hacer.

Ahora, sin embargo, he empezado a sospechar quién está detrás de todo esto. Se me ocurrió ayer, cuando recordé lo que me dijiste acerca de que no te gustaban las líneas rectas, o que todas mis antiguas calles te parecían iguales, o que estaría bien que alguien acunara a todos los niños del mundo.

Te lo he susurrado al oído, y el suelo bajo mis pies se ha estremecido.

José Carlos Pérez

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